No hace ruido. No echa humo. No huele mal. Al encender una bombilla es difícil que alguien tenga la sensación de estar contaminando. Nadie piensa que a kilómetros de distancia -para producir la energía eléctrica necesaria- se está emitiendo CO2. Pero, si lo hiciéramos, si lo pensáramos, tendríamos que asumir que entre bombillas y tubos de escape no hay tanta diferencia. La iluminación causa tantas emisiones de CO2 como el 70% de los coches, furgonetas y motos del mundo, según un estudio de la Agencia Internacional de la Energía (IEA).
La diferencia está en que cambiar una bombilla es muy fácil y desde hace tiempo existen modelos en el mercado que consumen el 80% menos de energía eléctrica que las tradicionales (la tecnología que emplean es prácticamente la misma que cuando se inventaron, hace más de un siglo). Pero no las utilizamos. Podríamos reducir la contaminación ahorrando energía y dinero. Y, aunque parezca absurdo, no lo hacemos. ¿Por qué?
"Hay varias explicaciones para ello", contesta Paul Waide, el analista de la IEA autor del estudio. "Por un lado, la gente no es consciente del ahorro que le garantiza una bombilla de bajo consumo". Sabe genéricamente que consumen menos, pero no que a lo largo de su vida -10.000 horas- una bombilla de nueva generación permite ahorrar unos 42 euros, por término medio, respecto a las tradicionales. Estas últimas son más baratas, pero, además de necesitar más energía par dar la misma luz, duran 10 veces menos.
"Por otra parte", prosigue Waide, "el gasto de una familia media para iluminar no pesa mucho sobre el presupuesto". Por ello, la gente no se preocupa y sigue comprando las bombillas de siempre. El coste anual del servicio de iluminación -incluyendo energía, instalaciones y mano de obra- equivale al 1% del PIB mundial.
Se trata de un asunto de magnitudes impresionantes, al que el G-8 (el grupo de países más ricos del mundo, además de Rusia) ha dedicado una mención explícita en su última reunión. La iluminación consume el 19% de la producción global de energía eléctrica. Y eso que unos 1.600 millones de seres humanos carecen aún de luz artificial, y se estima que en 2030 la demanda será un 80% superior a la actual.
Eso si seguimos con bombillas que utilizan prácticamente la misma tecnología que las que comercializó Thomas Edison hace unos 120 años. Esas bombillas, que convierten en luz el 5% de la energía que consumen, representan todavía el 80% del mercado.
"La energía debería costar más. El precio actual no refleja los costes", observa Fernando García, experto del Instituto de Diversificación y Ahorro de Energía (IDAE). Siendo tan barata, no motiva a reducir el consumo. Tal y como están las cosas, "la única forma de concienciar verdaderamente a la gente es utilizando el argumento medioambiental. Hay que persuadirles de que derrochar energía es como tirar una nevera en el campo", dice García.
El argumento también es válido en parte con respecto a los edificios de oficinas. En este caso, "el problema es que el cambio no es tan sencillo como comprar una bombilla. Hace falta una inversión inicial para reestructurar el sistema", observa Paolo Bertoldi, el coordinador del programa Greenlight de la UE. "Pero la inversión normalmente se recupera entre dos y seis años".
Ejemplos: los edificios del IDAE y de Gas Natural en Madrid. En este último, la reestructuración del sistema de iluminación ha permitido ahorrar unos 27.000 euros al año en la factura, reduciendo el consumo de energía eléctrica en un 60%. En el primero -de tamaño más pequeño-, el ahorro es de unos 10.000 euros y un 64% de energía. Nada menos.
El problema de fondo que subyace es que el constructor no tiene mucho interés en gastar más dinero para instalar un sistema de vanguardia, ya que no será él quien pagará la factura, según observa Waide. Por eso es fundamental que los países legislen de forma estricta en la materia.
El tercer frente de batalla es el del alumbrado público, en el que el IDAE calcula que en España podría ahorrarse un 30%.
Las políticas ya puestas en marcha han permitido un ahorro global del 8% en el consumo mundial desde 1990, según IEA. La agencia subraya que sería posible recortar otro 38% con medidas a coste cero o a saldo positivo. Sin contraindicaciones.
Fuente: El País, 15 de octubre de 2006