Nuestra sociedad se basa en el consumo. Todo está construido de forma que se nos conduce continuamente a consumir, a crearnos necesidades donde no las tenemos, y a impelirnos a cubrirlas. Por eso, la imagen de alguien bebiendo agua de un botijo puede parecer desfasada, con las neveras de las tiendas llenas de refrescos de todos los colorines. Pero si eres consciente del cambio climático, no lo es.
El botijo siempre se ha asociado a la España de pandereta atrasada y rural, pero no debemos dejarnos llevar por estereotipos. El botijo, y otros utensilios similares que se usan en la zona mediterránea, aprovecha ciertas leyes de la física para refrescar el agua sin consumir un ápice de energía de ningún tipo. Es decir, nos proporciona agua fresca gratis, estemos donde estemos, por mucho calor que haga. Por este motivo, es conveniente deshacer el cliché del botijo como utensilio anticuado y asociado a desafortunadas etapas anteriores de la historia peninsular. Existen incluso campañas de asociaciones ecologistas para promover su uso en domicilios particulares. La Fundación Terra, por ejemplo, desarrolló ya e 2007 una campaña de sensibilización llamada Cuelga un botijo por la Tierra, en la que se invitaba a colocar un botijo en casa, colgado, para que cueste menos beber. Refrescar agua en un botijo -y usarlo- es pues, una acción efectiva y gratuita si queremos reducir nuestra huella ecológica.
El botijo enfría el agua que se encuentra en su interior gracias ala porosidad de la archilla, que permite la evaporación. Se trata del mismo proceso que utiliza el cuerpo humano para la refrigeración interna. Cuando hace calor, sudamos.
Más información sobre el botijo: Terra.org