19/06/2006 - 11:24h

La basura, posible recurso del mañana

Unos dos billones de toneladas anuales. Alrededor del globo, cada año, los seres humanos producen dos billones de tonoeladas de residuos sólidos urbanos (sin contar los desechos industriales y hospitalarios). Montañas de papel, ropa, botellas, restos de comida, pintura, madera, pilas, plásticos y metales que ya a nadie sirven y con los que nadie sabe muy bien a qué hacer. Elementos que, al descomponerse, liberan sustancias tóxicas, exceden la capacidad de la naturaleza para degradarlos y permanecen entrerrados cerca de las poblaciones humanas o diluidos en el aire que esas mismas poblaciones respiran.

La ONU prevé que hacia 2025 el mundo desarrollado quintuplicará la generación de desechos per cápita. Lo cual redundará en más residuos peligrosos enterrados, quemados o enviados hacia África, América latina y Europa del este tal como denuncian la GAIA (Global Alliance for incinerator Alternatives) y la National Toxics Network (NTN) de Australia.

La situación parece haber llegado a un callejón sin salida. A menos que se produzca un milagro y los desechos, mágicamente, se conviertan en recursos económicos. Justamente lo que postula desde finales de los años 80 el movimiento internacional Basura Cero. Sus activistas aseguran que existe la forma de convertir la basura en oro y diseñar sistemas productivos que no generen desperdicios. ¿Alquimistas?, no los son. Tampoco lo es el gobierno de Canberra, que en 1995 se adhirió a estos principios. Hoy, la capital de Austalia asegura que recibirá el año 2010 libre de desechos.

La gran solución

"Los principales problemas de la sociedad industrial se basan en el tratamiento de síntomas -afirma Gilles Gillespie, uno de los responsables del movimiento Basura Cero en Australia.- La comunidad se ocupa de los síntomas, en lugar de evitar las situaciones que los generan. Esto se aplica tanto a la salud como al modo de gestionar la basura. Todo el tiempo estamos buscando soluciones para resolver los problemas que nosotros mismos hemos creado". Gillespie respira hondo antes de enunciar la conclusión obvia: "¿Por qué no evitar esos problemas desde su principio?" Alrededor se extiende Canberra, urbe que desaña la mayoría de los clichés acerca de lo que ciudad capital debería ser. Construida en 1913 para descongestionar las ya crecidas Sydney y Melbourne, se extiende en una generosa superficie de casas bajas, amplias avenidas y árboles, muchísimos árboles. Rodeada de bosquecitos en los que es posible divisar manadas más bien ariscas de canguros, cobija a unas 300.000 personas, es sede del poder político de Australia y basa su economía en la industria de servicios y la administración.

Claro que estos elementos permiten cierta sospecha: en estas condiciones, parece ser fácil encarar un programa de Basura Cero. Pero, ¿tendría futuro un proyectro similar aplicado en zonas con gran aglomeración de población o importante actividad industrial? El optimismo de Gillespie no sabe de límites. "Todo pasa por un cambio de mentalidad -se explaya-. La naturaleza no produce basura; todos sus elementos están en constante uso. Debemos aprender a replicar ese sistema hacia el interior de nuestras estructuras sociales e industriales".

En función de ese objetivo, los programas Basura Cero proponen tres pasos básicos. En primer lugar, reducir la generación de residuos. Esto supone modificar hábitos de consumo (no comprar de más ni prescindir de objetos que aún pueden tener alguna utilidad) y de producción (no abusar del packaging ni de los plásticos y utilizar tecnologías limpias).

En segundo término reutilizar los objetos de la vida diaria y por último reciclar cartones, vidrios, aluminio, latas y plásticos.

Fuente: Jerez información especial, 5 de junio de 2006

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