Se trata de una iniciativa promovida por Philips (que quiere eliminarlas para 2016) y que pretende que las bombillas pasen a la historia de aquí a diez años. De hecho, diferentes estados norteamericanos ya han aprobado leyes que prohíben su uso.
Como alternativa, se promueve el uso de lámparas fluorescentes CFL, lámparas halógenas, lámparas LED y otras tecnologías, que consumen menos energía, duran más, pero resultan más caras, aunque, eso sí, ese sobrecoste se amortiza en sólo un año.
Según la asociación “Alianza para Ahorrar Energía”, las bombillas tradicionales generan un 90% de calor y sólo un 10% de luz. Además, la típica bombilla de 60 vatios dura entre 750 y 1.000 horas, mientras que la mayoría de las fluorescentes duran entre 8 y 10 veces más y son hasta tres veces más eficientes.
Pero la Alianza se enfrenta a algunos obstáculos para conseguir su objetivo: el principal es que las lámparas alternativas son más caras (aunque consiguen ahorrar unos 18.000 millones de dólares anuales) y, por otro lado, calculan que deberán sustituir 4.000 millones de bombillas tradicionales, sólo en EEUU. Otro problema es que los fluorescentes contienen mercurio, un contaminante muy nocivo para la salud, y no hay apenas programas para su reciclado.