La moda de que los arquitectos piensen en verde en el momento de planificar un edificio está dejando de ser pasajera para convertirse en prioritaria. En esta ocasión ha sido el estudio del Pritzker Renzo Piano con la colaboración de la Stantec Arquitecture de San Francisco el encargado de firmar el museo más ecológico del mundo, al menos, de momento.
Tras cinco años diseñando sobre el papel el ecomuseo, en 2005 se iniciaban las obras de construcción eligiendo como ubicación el mismo lugar que ocupa el parque Golden Gate. Una de las primeras acciones fue la demolición de hasta 11 edificios construidos entre 1916 y 1976. De la antigua Academia se han mantenido, con ciertas modificiaciones y como memoria y vínculo con el pasado, el Salón de la entrada del Steinhart Aquarium. Para el actual museo, el cuidado del medioambiente empezó con la elección de los materiales, primero, minimizando la cantidad y, después, eligiéndolos ecológicos, básicamente, piedra caliza, vidrio extra blanco y hormigón. También los hay reciclados, algunos tan curiosos como el algodón obtenido de pantalones vaqueros que forman parte de los muros como aislamiento acústico.
El edificio es bioclimático. Está orientado para aprovechar al máximo la luz diurna (hasta un 90% de las necesidades) y las posibilidades de ventilación y climatización natural. Tampoco hay casi colores en su decoración, creando un entorno neutro y captador de luz. No hay prácticamente en ninguna zona aire acondicionado, ya que distintos elementos constructivos facilitan la salida de aire caliente a la vez que refrescan el ambiente. Por ejemplo, el suelo de hormigón está conformado por cientos de tubos embebidos que llevan agua caliente para climatizar el espacio.
Por un lado, tiene distintas compuertas y tragaluces que se abren y se cierran para distribuir el aire de forma uniforme, así como para aprovechar las distintas situaciones climatológicas de sol y lluvia. Por otro, no hay techo. Al menos, lo que consideramos un techo típico. Sus 10.000 m2 están totalmente ajardinados con plantas nativas resistentes a la sequía. En él se acumula el agua de la lluvia para su reutilización consiguiendo también un efecto refrescante para toda la Academia. De hecho, esta alfombra favorece un ambiente 10 grados más fresco que si se hubiese instalado un techo normal, reduciendo las necesidades de calefacción y refrigeración. Las plantas también transforman el dióxido de carbono en oxígeno, aportando su granito de arena a la disminución de CO2 vertido a la atmósfera. Para que no resbalasen las distintas especies y el bono del techo, Piano ha integrado una solución patentada llamada BioTray, algo así como contenedores vegetales biodegradables, unos 50.000, que mantienen fija esta cubierta verde y que logran que las raíces acaben formando un verdadero manto aislante.
Este techo se extiende más allá del perímetro de las paredes y se convierte en una bóveda de cristal que esconde unas 60.000 células fotovoltaicas dirigidas hacia el sur para generar alrededor de un 10% de la energía que necesitan las instalaciones. Su producción anual es de 213.000 kW/h año. La iluminación, cuando no es natural, la ofrecen una serie de pequeños lucernarios de bajo consumo distribuidos sobre la superficie. El aspecto desde el interior, situados en la plaza, con esa pare de techo acristalado, recuerda a una telaraña que, en el fondo, está pensada para redistribuir la ventilación por todo el museo.