Independientemente de que fueran democracias o dictaduras, los paises del Sur proclamaron el desarrollo como su aspiración primaria, después de haber sido liberados de su subordinación colonial. Cuatro décadas mas tarde, gobiernos y ciudadanos tienen aún fijos sus ojos en esta luz centelleando ahora tan lejos como siempre: todo esfuerzo y todo sacrificio se justifica para alcanzar la meta, pero la luz continua alejándose en la oscuridad.
El faro del desarrollo fue construido inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Siguiendo al colapso de las potencias coloniales europeas, los Estados Unidos encontraron una oportunidad para dar dimensión mundial a la misión que sus padres fundadores les habían legado: «ser el fanal sobre la colina». Lanzaron la idea del desarrollo con un llamado a todas las naciones a seguir sus pasos. Desde entonces, las relaciones entre Norte y Sur han sido acunadas con este molde: el «desarrollo» provee el marco fundamental de referencia para esa mezcla de generosidad, soborno y opresión que ha caracterizado las políticas hacia el Sur. Por casi medio siglo, la buena vecindad en el planeta ha sido concebida a la luz del «desarrollo».
Hoy el faro muestra grietas y ha comenzado a desmoronarse. La idea de desarrollo se levanta como una ruina en el paisaje intelectual. El engaño y la desilusión, los fracasos y los crímenes han sido compañeros permanentes del desarrollo y cuentan una misma historia: no funcionó. Ademas, las condiciones históricas que catapultaron la idea hacia la prominencia han desaparecido: el desarrollo ha devenido anticuado. Pero sobre todo, las esperanzas y los deseos que dieron alas a la idea están ahora agotados: el desarrollo ha devenido obsoleto.
Sin embargo, la ruina esta ahí y aun domina la escena como un hito. Aunque las dudas van creciendo y la incomodidad se siente por todos lados, el discurso del desarrollo aun impregna no sólo las declaraciones oficiales sino hasta el lenguaje de los movimientos de base. Ha llegado el momento de desmantelar esta estructura mental. Los autores de este libro conscientemente decimos adiós a la difunta idea a fin de aclarar nuestras mentes para nuevos descubrimientos.
A lo largo de los años se han acumulado pilas de informes técnicos que muestran que el desarrollo no funciona; montones de estudios políticos han demostrado que el desarrollo es injusto. Los autores de este libro no tratan al desarrollo ni como una realización técnica ni como un conflicto de clases, sino como un molde mental particular. Porque el desarrollo es mucho mas que un mero esfuerzo socioeconómico; es una percepción que moldea la realidad, un mito que conforta a las sociedades y una fantasía que desata pasiones. Las percepciones, los mitos y las fantasías, sin embargo, brotan y mueren independientemente de los resultados empíricos y de las conclusiones racionales: aparecen y desaparecen, no porque han demostrado ser verdaderos o falsos, sino mas bien porque están preñados de promesas o devienen irrelevantes. Este libro ofrece un inventario critico de los credos del desarrollo, de su historia y sus implicaciones, a fin de exponer al rudo resplandor de la luz solar su sesgo perceptivo, su inadecuación histórica y su esterilidad imaginativa. Llama a la apostasía de la fe en el desarrollo a fin de liberar la imaginación para dar respuestas audaces a los desafíos que enfrenta la humanidad antes del cambio de milenio.
Proponemos llamar era del desarrollo al periodo histórico particular que comenzó el 20 de enero de 1949, cuando Harry S. Truman declaró, en su discurso de investidura, por primera vez al Hemisferio Sur como «áreas subdesarrolladas». El rótulo pegó y subsecuentemente aportó la base cognitiva tanto para el intervencionismo arrogante del Norte como para la autocompasión patética del Sur. Sin embargo, lo que nace en cierto momento puede morir en otro: la era del desarrollo esta declinando porque sus cuatro premisas fundamentales han sido hechas obsoletas por la historia.
En primer lugar, era obvio para Truman que los Estados Unidos - conjuntamente con otras naciones industrializadas - estaban en la cima de la escala social evolutiva. Hoy, esta premisa de superioridad ha sido hecha trizas en forma completa y definitiva por la crisis ecológica. Aceptando que los EE.UU. puedan aún sentir que corren delante de los otros paises, es, sin embargo, ahora claro que la carrera conduce hacia el abismo. Por mas de un siglo la tecnología significó la promesa de redimir a la condición humana de
de sangre, sudor y lágrimas: Hoy, especialmente en los países ricos, que esta esperanza no es otra cosa que un vuelo de la fantasía es el secreto mejor guardado por todos.
Al fin y al cabo, con los frutos del industrialismo aun escasamente distribuidos, consumimos ahora en un año lo que llevó a la tierra un millón de años almacenar. Ademas, mucho de la esplendorosa productividad esta alimentada por el gigantesco consumo de energía fósil; por una parte, la tierra esta siendo excavada y permanentemente marcada con cicatrices, mientras por otra una lluvia continua de sustancias dañinas la salpica o se filtra hacia la atmósfera. Si todos los paises hubieran seguido exitosamente el ejemplo industrial, se habría necesitado cinco o seis planetas para servir como minas y muladares. Por tanto es obvio que las «sociedades avanzadas» no son un modelo; mas bien es posible verlas, al fin y al cabo, como una aberración en el curso de la historia. La flecha del progreso esta rota y el futuro ha perdido su brillo: lo que nos depara son mas amenazas que promesas. ¿Cómo puede seguirse creyendo en el desarrollo, si su sentido de orientación ha desaparecido?
En segundo lugar, Truman lanzó la idea del desarrollo a fin de proveer una visión consoladora de un orden mundial en que naturalmente los Estados Unidos se ubicarían primeros. La creciente influencia de la Unión Soviética - el primer país que se había industrializado fuera del capitalismo - lo forzó a aparecer con una visión que comprometería la lealtad de los paises que salían de la colonización a fin de sostener su lucha contra el comunismo. Por mas de cuarenta años, el desarrollo ha sido un arma en la competencia entre sistemas políticos. Ahora que la confrontación Este-Oeste se ha suspendido, el proyecto de desarrollo global de Truman esta condenado a perder vapor ideológico y a quedarse sin combustible político. Y a medida que el mundo deviene policéntrico, el desván de la historia espera que la categoría «Tercer Mundo» sea descargada, una categoría inventada por los franceses a comienzos de los 1950 a fin de designar el campo de batalla de las dos superpotencias.
No obstante, nuevos aunque tardíos llamados al desarrollo pueden multiplicarse a medida que las divisiones Este-Oeste queden absorbidas en la división ricos-pobres. Bajo esta luz, sin embargo, el proyecto completo cambia fundamentalmente su carácter: la prevención reemplaza al progreso como objetivo del desarrollo; la redistribución del riesgo mas que la redistribución de la riqueza domina hoy la agenda internacional. Los especialistas del desarrollo se encogieron de hombros con respecto al Paraíso industrial largamente prometido, pero se apresuran a detener el flujo de inmigrantes, a contener las guerras regionales, a impedir el comercio ilícito y a contener los desastres ambientales. Están aun ocupados identificando carencias y llenando vacíos, pero la promesa de Truman del desarrollo ha sido puesta cabeza abajo.
En tercer lugar, el desarrollo ha cambiado la faz de la tierra, pero no como intentaba hacerlo originalmente. El proyecto de Truman aparece ahora como un disparate de proporciones planetarias. En 1960, los paises del Norte eran veinte veces mas ricos que los del Sur; en 1980, lo eran cuarenta y seis veces. -¿Es una exageración decir que la ilusión de «alcanzarlos» rivaliza a escala mundial con la ilusión mortal de Montezuma de recibir a Cortez con los brazos abiertos? Naturalmente, la mayoría de los paises del Sur pisaron el acelerador pero el Norte los adelantó de lejos. La razón es simple: en esta clase de carrera, los paises ricos se moverán siempre mas velozmente que los restantes porque ellos están engranados a una degradación continua de lo que tienen que proponer: la tecnología mas avanzada. Ellos son campeones mundiales en la obsolescencia competitiva.
La polarización social prevalece también dentro de los paises; las historias sobre el descenso del ingreso real, la miseria y la desesperación son todas demasiado conocidas. La campana para convertir al hombre tradicional en un hombre moderno, ha fracasado. Los antiguos modos han sido destruidos pero los nuevos no son viables. La gente esta atrapada en el dilema del desarrollo: el campesino que es dependiente de la compra de semillas y ahora no tiene dinero para comprarlas; la madre que no se beneficia ni del cuidado de sus compañeras mujeres en la comunidad ni de la ayuda de un hospital; el empleado que se ha establecido en la ciudad, pero que ahora ha sido despedido como parte de medidas de reducción de costos. Todos ellos son como refugiados que han sido rechazados y no tienen adonde ir. Rechazados por el sector «avanzado» y aislados de los viejos modos, son expatriados en su propio país. Están forzados a sobrevivir en la tierra de nadie entre la tradición y la modernidad.
En cuarto lugar, crece la sospecha que el desarrollo fue una empresa mal concebida desde el comienzo. En verdad no es el fracaso del desarrollo lo que hay que temer, sino su éxito. -¿Cómo seria un mundo completamente desarrollado? No sabemos, pero ciertamente seria aburrido y lleno de peligro. Puesto que el desarrollo no puede ser separado de la idea de que todos los pueblos del planeta se están moviendo en un mismo camino hacia algún estado de madurez, ejemplificado por las naciones «que corren a la cabeza» en esta visión, los tuaregs, los zapotecos o los rajasthanis no son vistos como si vivieran modos diversos y no comparables de la existencia humana, sino como quienes son carentes en términos de lo que ha sido logrado por los paises avanzados. En consecuencia, se decretó alcanzarlos como su tarea histórica. Desde el comienzo, la agenda secreta del desarrollo no era otra cosa que la occidentalización del mundo.
El resultado ha sido una tremenda pérdida de diversidad. La simplificación planetaria de la arquitectura, del vestido y de los objetos de la vida diaria saltan a la vista; el eclipsamiento paralelo de lenguajes, costumbres y gestos diversificados es ya menos visible; y la homogeneización de deseos y sueños ocurre profundamente en el subconsciente de las sociedades. El mercado, el estado y la ciencia han sido las grandes potencias universalizantes; publicistas, expertos y educadores han expandido su reino implacablemente. Naturalmente, como en los tiempos de Moctezuma, los conquistadores frecuentemente han sido cálidamente recibidos, sólo para luego hacer sentir su dominación. El espacio mental en que la gente suena y actúa esta ocupado hoy en gran medida por la imaginería occidental. Los vastos surcos de la monocultura cultural heredados son, como en toda monocultura, tanto estériles como peligrosos. Han eliminado las innumerables variedades de seres humanos y han convertido al mundo en un lugar desprovisto de aventura y sorpresa; lo «Otro» ha desaparecido con el desarrollo. Ademas, la difusión de la monocultura ha erosionado alternativas viables a la sociedad industrial orientada al crecimiento y ha mutilado peligrosamente la capacidad de la humanidad para enfrentar un futuro crecientemente diferente con respuestas creativas. Los últimos cuarenta años han empobrecido considerablemente el potencial de evolución cultural. Es sólo una pequeña exageración decir que cualquier potencial remanente para la evolución cultural lo es a pesar del desarrollo.
Cuatro décadas después de la invención por Truman del subdesarrollo, las condiciones históricas que dieron lugar a la perspectiva del desarrollo han desaparecido en gran medida. Por ahora desarrollo ha llegado a ser un concepto amebiano, sin forma pero inerradicable. Sus contornos son tan borrosos que no denotan nada, mientras se difunde por todos lados porque connota la mejor de las intenciones. El término es celebrado igualmente por el FMI y el Vaticano, por los revolucionarios que portan sus fusiles así como los expertos de campo que llevan sus maletines Samsonite. Aunque el desarrollo no tiene contenido, posee una función: permite que cualquier intervención sea santificada en nombre de un objetivo superior. En consecuencia aun los enemigos se sienten unidos bajo la misma bandera. El término crea una base común, un terreno sobre el cual libran sus batallas la derecha y la izquierda, las élites y los movimientos de base.
Es nuestra intención, como autores de este libro, quitar del camino este autodestructivo discurso del desarrollo. Por una parte, esperamos inhabilitar al profesional del desarrollo destruyendo los fundamentos conceptuales de sus rutinas; por otra parte quisiéramos desafiar a quienes están involucrados en las iniciativas de base a aclarar sus perspectivas descartando el incapacitante discurso del desarrollo en el cual se están apoyando actualmente. Nuestros ensayos sobre los conceptos centrales del discurso del desarrollo intentan exponer algunas de las estructuras inconscientes que ponen limites al pensamiento de nuestra época. Creemos que cualquier esfuerzo imaginativo por concebir una era de posdesarrollo tendrá que superar estas limitaciones.
El discurso del desarrollo esta hecho de un tejido de conceptos claves. Es imposible hablar sobre desarrollo sin referirse a conceptos tales como pobreza, producción, la noción de Estado, o de igualdad. Estos conceptos se hicieron recién visibles durante la historia moderna de Occidente y sólo posteriormente han sido proyectados al resto del mundo. Cada uno de ellos cristaliza un conjunto de supuestos tácitos que refuerzan la visión occidental del mundo. El desarrollo ha esparcido tan penetrantemente estos supuestos que la gente ha sido atrapada por doquier en una percepción occidental de la realidad. El conocimiento, sin embargo, ejerce el poder dirigiendo la atención de los pueblos; recorta y resalta cierta realidad, reduciendo al olvido otras maneras de relacionarnos con el mundo a nuestro alrededor. En un momento en que el desarrollo ha fracasado evidentemente como quehacer socioeconómico, ha llegado a ser de la máxima importancia liberarnos de su dominio sobre nuestras mentes. Este libro es una invitación a revisar el modelo desarrollista de la realidad y reconocer que todos nosotros no solamente estamos teñidos, sino que llevamos anteojos de color si participamos en el discurso vigente del desarrollo.
Para facilitar esta revisión intelectual, cada capitulo profundizara en la arqueología de los conceptos claves examinados y llamara la atención sobre su naturaleza etnocéntrica y hasta violenta. Los capítulos identifican el rol cambiante que cada concepto ha tenido en el debate sobre el desarrollo en los últimos cuarenta años. Ellos demuestran cómo cada concepto filtra la percepción, resaltando ciertos aspectos de la realidad mientras excluye otros, y muestran cómo este sesgo se enraiza en actitudes civilizatorias particulares adoptadas durante el curso de la historia europea. Finalmente, cada capitulo intenta abrir una ventana hacia otras, y diferentes, maneras de mirar el mundo y para entrever las riquezas y bendiciones que sobreviven en culturas no occidentales, a pesar del desarrollo. Cada capitulo sera valioso si, después de leerlo, los expertos y los ciudadanos por igual se ruborizan, tartamudean o estallan en carcajadas cuando osan pronunciar la vieja palabra.
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