La joven compañía Solazyme recientemente demostró la eficacia de la tecnología probándola en un coche diésel y anunció en enero pasado haber firmado un acuerdo de desarrollo con el gigante americano Chevron. Al final del año 2007, Solazyme había obtenido una dotación de 2 millones de dólares por parte del Nacional Institute of Standards and Technology para desarrollar un sustituto petrolífero de síntesis a partir de un aceite bruto de algas, y obtener así un biocarburante más caro que los biocarburantes del mercado y que los combustibles fósiles en general.
Esta nueva tecnología combina dos otras: una ya bien conocida y otra totalmente innovadora: la conocida se refiere a la explotación de las propiedades de las algas marinas genéticamente modificadas; la innovadora, por no decir revolucionaria, se refiere al método de crecimiento: en efecto, en lugar de hacer crecer esta alga en estanques a cielo abierto o en contenedores de plástico a la luz del sol para capitalizar sobre la fotosíntesis como algunos investigadores comenzaron a hacer, Solazyme hace crecer las microalgues en la oscuridad más total, dentro de gigantescos contenedores de acero hermético a toda luz. Más que permitir a las algas extraer su energía del sol, los investigadores de Solazyme, al hundirlos en la oscuridad, las fuerzan a extraer su energía de los azúcares de fermentación de que se alimentan.
Los investigadores de la compañía descubrieron que cuando las algas se alimentaban de azúcar de la fermentación, sus organismos convertían este azúcar en aceites de distintas categorías. Según Solazyme, los aceites así extraídos serían capaces de producir varios tipos de biodiésel, incluidos biocarburantes para la aviación civil y militar. Estos distintos biocarburantes se obtienen a partir de diversas variedades de algas y microalgues marinas (no citadas por Solazyme). Algunas algas producen triglicéridos similares a los producidos por la soja; otras producen una mezcla de hidrocarburos similar al petróleo bruto ligero.
La tecnología de Solazyme utiliza los microorganismos de origen marino para convertir azúcares en aceites un poco a la manera de las levaduras en el método de conversión de los cereales en etanol. Según el presidente de Solazyme e ingeniero de investigaciones, Harrison Dillon, «las microalgas poseen sobre sus competidores la ventaja de poder operar esta conversión a partir de hierbas o incluso de virutas de madera. La madera "al igual que cualquier otra fuente de celulosa" requiere menos espacio para producirse y menos energía que los cereales como el maíz, fuente principal del bioetanol en los EE.UU». Dicho esto, es necesario precisar que a partir de que se aborda la cuestión de la producción de hidrocarburos a partir de fuentes de celulosa, los datos tienden a complicarse: toxicidad de la lignina sobre algunos microorganismos y elevación de costes de transformación.
Los detractores de la tecnología presentada por Solazyme dudan que sea posible producir de esta manera un combustible que termine por ser competitivo en el mercado de los biocarburantes actuales. Solazyme les opone que los resultados obtenidos en los 18 últimos meses les han convencido ampliamente de que las cantidades que podrían producirse permitirán ser competitivas. Y por otra parte Solazyme, según Harrison Dillon, dice estar en condiciones de «comenzar la comercialización de tales biocarburantes de aquí a 2 a 3 años». Si estas observaciones se traducen concretamente, eso significa que, en la carrera mundial de los biocarburantes surgidos de la biomasa marina, los Estados Unidos habrían tomado una seria ventaja. Recordemos que China también anunció el año pasado la puesta a punto de un biodiésel a partir de biomasa marina.
Europa, por medio de España y Dinamarca, lleva a cabo numerosas investigaciones similares así como Francia, de los que no se sabe, por el momento, casi nada sobre el avance de los proyectos en este ámbito.
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