Pasmosas fotografías de cuerpos flotando en las aguas. Horribles imágenes de caras torcidas de sufrimiento. Tópicos de cadáveres apilados en pirámide, de cuerpos paralizados, adultos, ancianos y niños, pulverizados en un momento. No hay ya ni hombres ni mujeres. Solamente cuerpos calcinados, enmarañados bajo los desperdicios, o alargados en ordenados, en hileras que se pierden de vista, por los primeros salvadores y militares nipones llegados in situ, deambulando, con máscaras, entre las ruinas. Se reconoce simplemente a los niños por su pequeño tamaño.
El
Hoover Institutution, de la universidad Stanford, en California, hizo públicas diez fotografías excepcionales, el lunes 5 de mayo. Les fueron enviadas, en 1998, por Robert L. Capp, un soldado que había participado en las fuerzas americanas de ocupación del Japón después de la Segunda Guerra Mundial. «Al excavar una bodega cerca de Hiroshima, explica Sean Malloy, historiador e investigador de la Universidad de California, en Merced, Capp se fijo en unos rollos de película no reveladas: entre ellas, había estas fotografías». Su autor, japonés, es desconocido.
Mientras trabajaba sobre un libro publicado este año -Atomic Tragedy: Henry L. Stimson and the Decisión to Use the Bomb Against Japan, Malloy, emérito de la universidad Stanford, fue autorizado a ver estas fotografías. Pudo a continuación entrevistar a la familia Capp, que le permitió revelar tres fotografías inéditas en su obra. Robert Capp, que ya había muerto por entonces, había hecho donación de la colección, en 1998, al fondo de archivos Hoover, exigiendo que estas fotografías no furan mostradas antes de 2008.
En razón de la censura draconiana impuesta por el inquilino americano sobre todo lo que afectaba al bombardeo de Hiroshima (luego de Nagasaki, tres días más tarde), se ignoró durante meses la amplitud de la tragedia cuyas víctimas fueron esencialmente civiles. Las imágenes tomadas por los primeros fotógrafos nipones in situ estuvieron prohibidas. Las fotografías encontradas por elseñor Capp, seguramente de un aficionado, son un testimonio del horror de los primeros días que siguieron al bombardeo.
Ese 6 de agosto de 1945, Hiroshima (350.000 habitantes) se preparaba para vivir un día de calor, aplastante, barrenado por el grito de las cigarras, del tórrido verano nipón. La bomba liberada por la fortaleza volante Enola Gay, que salió al alba de la ciudad de Tinan, en el Pacífico, estalla a 580 metros de altitud. La ciudad es arrasada al 90% y 150.000 personas fallecen en el instante o después de una larga agonía. A los efectos fulminantes les seguirá la muerte lenta causada por las radiaciones. «Devolvednos nuestra humanidad», lanzará el poeta atomizado Sankichi Toga.
A parte del reportaje del periodista australiano William Burchett, «No más Hiroshima», publicado en septiembre, no se sabe prácticamente nada, seis meses más tarde, de lo que pasó en Hiroshima y Nagasaki. Con las trágicas consecuencias humana, ¿cómo curar esas terribles heridas, tratadas como simples quemaduras? ¿Cómo las hemorragias de cuerpos pelados vivos? El único organismo establecido por el ocupante fue un centro de investigaciones sobre los efectos de la bomba: no prodiga ninguna ayuda, pero pide que los muertos se les confíen para su autopsia...
El horror de las fotografías vuelve de nueve a la vieja cuestión: ¿la bomba A era el único medio de poner fin a la guerra del Pacífico? En 1945, Japón ya casi no tenia fuerza. En Potsdam, el 26 de julio, los Estados Unidos habían exigido su rendición sin condiciones, que Tokio rechazó. Pero la decisión de liberar sus bombas sobre el Archipiélago ya se había tomado, la víspera, en Washington. En sus Memorias, el general luego presiden de los Estados Unidos, Dwight Eisenhower, escribe que en agosto de 1945 «Japón ya estaba batido, el recurso a la bomba era inútil». A fortiori, la segunda, sobre Nagasaki, que produjo 70.000 muertes de golpe. Más que la capitulación japonesa, se trataba de mostrar la supremacía americana a la URSS, que mientras tanto había declarado la guerra al Japón.
Desde la revelación de estas fotografías, blogueros e internautas americanos están divididos sobre el tema. Una frase vuelve de nuevo a menudo en los comentarios: «Japón sólo tuvo lo que merecía». Y mientras el debate se desarrolla en Internet, la prensa americana aún no ha mencionado la revelación de estas nuevas fotografías de la tragedia de Hiroshima. Ni la prensa japonesa, por cierto.