Carmen Fernández Rozado, Consejera de la Comisión Nacional de Energía, muestra su opinión en este artículo sobre el almacenamiento geológico de CO2 para eliminarlo de la atmósfera.
El 16 de febrero de 2005 entró en vigor el Protocolo de Kioto del Convenio Marco sobre cambio Climático de las Naciones Unidas, Estableciendo, para todos los países signatarios, una reducción de al menos el 5,2 por ciento de las emisiones de seis gases de efecto invernadero en el periodo de 2008-2012, respecto a los niveles de emisiones del año base. El dióxido de carbono (CO2) es uno de esos gases y 1990 es el año de referencia para el mismo.
Desde entonces, las partes contratantes buscan alternativas que les puedan ayudar a cumplir los compromisos de reducción adquiridos a nivel internacional. Una de estas medidas es la que se conoce como tecnología de captura y almacenamiento de CO2.
Esta técnica consiste básicamente en capturar CO2 que se origina en el proceso de producción de electricidad, en los distintos procesos industriales o en la producción de combustibles, separarlo del resto de gases y convertirlo en líquido para su posterior transporte y almacenamiento en formaciones acuíferas salinas, yacimientos de hidrocarburos (petróleo y gas) o cuencas de carbón ya agotadas.
Hoy en día ya son muchos los que opinan que la captura y almacenamiento geológico sería una de las pocas, si no la única, soluciones al problema del CO2, especialmente ante hechos tan incuestionables como el escenario actual (y previsto) en el que una demanda inelástica presiona anualmente al alza el consumo de energía a nivel mundial. Se prevé que en 2030 la demanda de energía crezca en torno a un 60%.
Defienden que es la mejor y más prometedora alternativa para solucionar el problema de cómo reducir la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera.
A nivel mundial, varios países están actualmente investigando y desarrollando proyectos de captura y almacenamiento geológico de CO2, entre los que destacan EEUU, Canadá, La Unión Europea y Australia. Entre todos los proyectos que desarrollan dichos países, cabe señalar dos, por su importancia y dimensiones con altos escenarios de captura y almacenamiento de emisiones: en primer lugar, el proyecto de Futuregen, desarrollado por EEUU y consistente en capturar el CO2 procedente de la producción de electricidad e hidrógeno a partir de carbón y, en segundo lugar, el proyecto Weyburn: secuestro de CO2 procedente de una planta de gasificación de carbón en EEUU para su transporte y posterior almacenamiento en una reserva activa de petróleo en Canadá, financiado conjuntamente por EEUU y Canadá.
La Unión Europea lleva trabajando en la investigación y desarrollo de este proceso desde 1998 con proyectos centrados en distintas áreas del mismo (captura, almacenamiento en formaciones salinas, yacimientos de hidrocarburos o cuencas de carbón). Como ejemplos, destacan el proyecto Hypogen: instalación de generación de hidrógeno y electricidad a partir de combustibles fósiles con captura y secuestro de CO2, y el proyecto Castor, inaugurado el pasado mes de marzo en Dinamarca, que representa el mayor ensayo de captación de emisiones de CO2 procedente de las chimeneas de una central térmica de carbón para almacenarlas en el subsuelo.
Aunque con retraso, España se ha embarcado en esta aventura. En la actualidad, ya existen diversos trabajos en marcha: Elcogás, IGME (Instituto Geológico y Minero de España) y el Ceimat (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas), este último a través del Laboratorio de Tecnologías Avanzadas del Bierzo, se sitúan a la cabeza de estos estudios en nuestro país.
No obstante, los obstáculos que tendrán que superarse hasta que esta tecnología pueda ser plenamente operativa y extendida de un modo global son varios, y de distinta índole: tecnológicos, científicos, económicos, medioambientales, legales, aceptación pública, etcétera. Se trata de un proceso de elevados costes con tecnologías, en la mayoría de los casos, no maduras especialmente para el almacenamiento permanente del CO2 en el subsuelo, y con posibles riesgos para el medio ambiente y salud de las futuras generaciones, sin contar la falta de claridad y desarrollo de regulación existente a este proceso. Parece lógico que, ante la gran cantidad de cuestiones pendientes de respuesta, los expertos difieran a la hora de fijar un plazo en el que podría estar en funcionamiento esta tecnología. En términos generales, se prevé que hasta 10-20 años no podrá ser utilizada de un modo óptimo.
Por otro lado, hay quienes continúan creyendo que la solución al problema del CO2 no se encuentra en "enterrarlo" o "esconderlo", ocultando el mismo, sino en "reducirlo".
En consecuencia, y al igual que en todos los aspectos de la vida, no hay una única solución para resolver un problema, a nivel medioambiental sucede los mismo. Por tanto, y aunque no se debe de descartar, a priori, esta técnica en la dífícil taréa de luchar contra el cambio climático, tampoco debe ser considerada como la única solución factible para eliminar el problema del CO2 a nivel mundial.
Así, la tecnología de captura y almacenamiento de CO2 debería ser entendida como una alternativa más al problema de reducción del CO2. La solución final se halla en encontrar tecnologías con niveles mínmos de emisión de gases de efecto invernadero.
Fuente: Carmen Fernández Rozado (Consejera de la Comisión Nacional de Energía). Expansión, 7 de Junio de 2006