El consenso científico sobre las previsiones sobre el cambio climático se han vuelto mucho más pesimistas durante los últimos años. De hecho, las últimas proyecciones de reconocidos científicos rayan lo apocalíptico.
Las emisiones chinas, que provienen en su mayoría de sus centrales térmicas basadas en el uso de carbón, se doblaron entre 1996 y 2006. Un crecimiento mucho más elevado que durante la década anterior. Y la tendencia parece que continúa creciendo. En enero China anunció sus planes de continuar con el uso del carbón como principal fuente de energía, y que para poder mantener su ritmo de crecimiento tendrán que incrementar la producción de carbón en un 30% en 2015. Esto acabará con la reducción de emisiones debidas a las medidas tomadas en el resto de países.
Los chinos argumentan que no es justo esperar que China reduzca el uso de combustibles fósiles. Después de todo, según declaran, Occidente no tuvo que afrontar semejantes restricciones durante su fase de crecimiento. Y ciertamente, tienen razón en el sentido de que el grueso del CO2 existente hoy en día en la atmósfera se debe a las emisiones de los países que hoy en día son los más ricos del mundo, no a las suyas. Y tienen además, doble razón, si tenemos en cuenta que la mayor parte de los bienes que consumen -y que provocan esas emisiones- son vendidos en mercados occidentales gracias a su bajo precio.
Es cierto que es injusto limitar sus emisiones, pero también es cierto que no hacerlo pone en peligro el equilibro de toda la Tierra. Estas emisiones deberían ser tenidas en cuenta de alguna manera.
Es la hora de salvar el planeta. Y le guste o no, China tendrá que hacer lo que la toque.