Antonio Ruiz de Elvira, catedrático de Física en la Universidad de Alcalá de Henares, hace un análisis en este artículo de opinión de los efectos del cambio en España
Las noticias se suceden, y todas hablan de una subida brusca y rápida de la temperatura del planeta. Muchos quieren cerrar los ojos al fenómeno. Se habla de los ciclos climáticos y de la actividad solar. El último millón de años, debido al aislamiento del Atlántico del Pacífico, ha funcionado mediante un sistema de ciclos glaciales e interglaciales. Estamos ahora dentro de la parte interglacial, caliente, de esos ciclos, pero el óptimo climático ocurrió hace 10.000 años y desde entonces, siguiendo el diclo, estábamos bajando hacia la zona glacial, con un hemisferio norte cubierto de hielo en su mitad superior. La actividad solar se ha mantenido durante el siglo XX en valores normales, ni más altos i más bajos de los registrados desde 17000.
Por tanto, sólo queda como explicación viable, para la subida de temperaturas registrada, medida hasta la saciedad, el efecto de un incremento muy notable de la concentración de dos gases: el gas carbónico, CO2, y el metano. La concentración atual de CO2, de unas 400 partes por millón (ppm), es nueva en el planeta en los últimos tres millones de años. Las previsiones, si seguimos quemando carbón y petróleo, son que esa concentración llegue a 900 ppm, algo desconocido en la Tierra en los últimos 40 millones de años. Todas las teorías indican que altas concentraciones de CO2 y de metano retienen en la atmósfea la energía que debería salir al espacio: es como si en un día de verano nos metiésemos cada vez más mantasde buena lana.
La lluvia sobre España tiene tres orígenes: en el Cantábrico es lluvia convectiva procedente del vapor de agua del mar, y arrastrada por el viento dominante del oeste. Al subir el vapor de agua por las montañas, condensa, y llueve de manera casi constante.
En el Centro de España, en el 90% de sus superficie, la lluvia procede de las borrascas que cuelgan del chorro polar y entran por el suroeste. La posición en latitud del chorro depende de lo frío o caliente que esté el Polo Norte. Cuanto más caliente esté, más al norte circula el chorro, y menos borrascas entran en la España seca. La secuencia de lluvias y sequías ha aumentado su irregularidad en un 300% en los últimos 100 años.
En las costa mediterránea, sede de una enorme parte de la población y riqueza españolas, las lluvias atlánticas no llegan, debido a las montañas costeras. Aquí la lluvia, como en el Cantábrico, es convectiva, procedente del vapor de agua del mar. Pero no hay vientos predominantes, sino que el vapor entra en tierra movido por las brisas marinas. El vapor se convierte en lluvia cuando se enfría: en la cocina, si observamos el vapor que sale de una olla, vemos que se convierte en gotitas de agua al chocar contra objetos fríos. Pues bien, ese vapor de agua que viene del Mediterráneo empieza a subir por las laderas de las montañas y, como han descrito Millán y colaboradores en el CEAM de Valencia, habiéndose calentado al pasar por la llanura costera, precisa el aporte de dos gramos más de vapor por metro cúbico. Una cantidad insignificante, pero decisiva, para llover o no llover. Estos gramitos de agua los aportaban, hasta hace unos 10 años, los árboles de las laderas. Pero hoy ya casi no quedan árboles. Los hemos quemado o talado para construir. El vapor de agua sube por las laderas y , sin llover, vuelve al mar.
Estamos viendo los primeros síntomas de lo que se nos viene encima: un planeta muy caliente, un Polo Norte más caliente incluso, borrascas que pasan al norte de la península, salvo episodios de inundaciones violentas, y tierras secas que alejan la lluvia. Podemos estar orgullosos de nuestra obra. pero aún podemos cambiar. ES una cuestión de querer seguir hacia el abismo o dar la vuelta. ¿ Qué hacemos ?
Fuente: El Mundo, 11 de marzo de 2006