En este artículo, el recién nombrado asesor del Govern (junto a otros siete «sabios»), pone de manifiesto cuestiones claves para entender a qué tipo de retos nos enfrentamos. La solución al cambio climático y a la crisis energética no pasa solamente por la sustitución de unas tecnologías de generación energética sucias y finitas por otras renovables y limpias. La magnitud del cambio necesario y la inercia de nuestro sistema de desarrollo hacen necesario un cambio de paradigma:
«El cambio climático es el resultado de un determinado paradigma, no sólo energético, sino también socioeconómico. Si de verdad queremos combatirlo habría que actuar simultáneamente en tres frentes, apostando por las energías limpias, la eficiencia y por el decrecimiento, sobre todo en los países más avanzados. Sin esto último, la lucha contra el cambio climático se convierte, simple y llanamente, en un eslogan de marketing y en una nueva oportunidad de negocio.»
Los acuerdos de Kioto o Bali por un lado, y los esfuerzos por hacer crecer la participación de las energías renovables en el conjunto de energías primarias, incluso si añadimos la energía nuclear a la cesta, serán del todo insuficientes para garantizar el suministro energético y hacer disminuir las emisiones de dióxido de carbono. Y es que los modelos y escenarios de futuro que barajan los gobiernos de los países industrializados se caracterizan por la imposibilidad política de invertir la tendencia de una de sus variables: la del crecimiento.
El advenimiento de esta realidad no se está comunicando solo desde las filas del ecologismo realista o por aquellos que reconocen los límites en la capacidad de la biosfera, el propio consejero energético de los países industrializados, la Agencia Internacional de la Energía, ya ha advertido de que el futuro energético será "caro, sucio e inseguro", numerosos industriales del petróleo ya reconocen abiertamente los límites que se presentan para la expansión de la capacidad de la producción. Incluso investigadores de la eléctrica estatal francesa EDF, que proponen un crecimiento nuclear y la captura del dióxido de carbono reconocen que, en el mejor de los casos, más allá de 2040 se abre un abismo energético al que no pueden hacer frente.
El artículo de Mariano Marzo lanza un mensaje clarísimo: si no revisamos lo que significa "desarrollo", si no revisamos nuestros sistemas económicos, que preconizan aumentos constantes del consumo material y energético, si no hacemos todo eso, no hay solución tecnológica que valga para asegurar el suministro energético futuro. El cambio climático y la crisis energética, son, en definitiva, la expresión del fracaso de un modelo energético impulsado por una teoría económica encerrada en sus propias autoreferencias y que desprecia la realidad física. Y este problema, causado por los países más industrializados y ricos, se agrava aún más al considerar las terribles desigualdades en el consumo energético que afectan a miles de millones de persones en todo el mundo. El mensaje del decrecimiento tiene un destinatario claro: los que más consumimos. Y no solo es necesario por la realidad física que así lo impondrá, sino también por la responsabilidad ética de permitir a los que padecen la pobreza energética y de servicios aumentar sus estándares de vida: tampoco eso será posible sin que los países ricos e industrializados decrezcan y reduzcan su huella ecológica. Y tampoco podremos convencer a estos países de que deben desarrollarse según otro paradigma si nosotros no predicamos con el ejemplo.