Un límite, por cierto, bastante inmediato: se calcula que con el ritmo de consumo actual quedan cuatro décadas para agotar las reservas de petróleo existentes, y siete para acabar con las reservas de gas. Por otra parte, en dos décadas se prevé que se doble el consumo energético mundial. A pesar de eso, desde institucions y gobiernos se obra como si los recursos planetarios fuesen infinitos y se ignoran las cada vez más frecuentes señales de aviso.
En la práctica impera el paradigma neoliberal, ya que a pesar de la existencia de aparatos estatales inspirados en otras tradiciones "como es el caso de China" sus diferencias son meramente formales y semánticas. Y, en cuanto a las organizaciones políticas que en las llamadas democracias occidentales se reclaman de izquierda, la gran mayoría optan, salvo pequeños matices, por la misma politica neoliberal que las supuestamente situadas más a la derecha.
De hecho, la dicotomía entre derecha liberal e izquierdas ha ido desapareciendo para dejar paso a un nuevo polo hegemónico y difuso integrado por los partidarios del actual "y suicida" statu quo planetario, procedentes tanto de la misma tradición liberal como de la tradición izquierdosa, opuesta a un incipiente y aún poco efectivo polo integrado por la izquierda verdaderamente progresista y las organizaciones específicamente ecologistas.
Sólo en la medida en que este polo minoritario coja fuelle y pueda llegar a predominar existe alguna posibilidad de evitar el desastre al cual nos lleva la actual política generalizada de crecimiento desbocado e insostenible. Como afirma el profesor Serge Latouche, en su libro Sobrevivir al desarrollo, el consumo actual no sólo no salvará el mundo sino que lo destruirà; por lo tanto, una premisa indispensable para nuestra supervivencia es optar por el decrecimiento. ¿Lo podremos hacer? ¿Nos dejarán?