George Monbiot, redactor del conocido periódico británico The Guardian, asegura en este artículo que comparte la desesperación de este movimiento, pero no está dispuesto a subir a ese monte.
Aquellos que defienden el crecimiento económico argumental que sólo los países ricos pueden permitirse proteger el medio ambiente. Cuanto más poderosa es la economía, más dinero disponible para investigar en energías renovables, en formas de reducir la contaminación, y en fomas de preservar el medio ambiente. Según esta teoría, sólo los más ricos pueden vivir de forma sostenible.
Pero cualquiera que haya leído las noticias durante los últimos días, no se creerá esta versión. La marea negra en el Golfo de México ha ocurrido en las costa de unos de los países más ricos el mundo, que decidió no imponer las reglas que habrían podido prevenir el accidente de la plataforma petrolera. El crecimiento económico mundial y una demanda de petróleo cada máz más aplica, debido al surgimiento de potencias como China e India, ha conducido a las empresas petrolerras a buscar petróleo en lugares cada más más arriesgados e innacesibles.
No hacía falta llegar a este desastre para disponer de pruebas fehacientes de que la tesis expuesta en el primer párrafo no es cierta. Según un estudio publicado en la revista de la Academia Nacional de las Ciencias de EEUU, calcula las tasas de deforestación entre 2000 y 2005.El país con la tasa de deforestación más bajo es la República Democrática del Congo; el país con la tasa más elevada es, por el contrario, EEUU, con un 6% de bosques perdidos en seis años. Diez veces más que el Congo. ¿ Por qué? Porque los países más pobres tienen menos dinero para derribar árboles.
Las naciones ricas no están esquilmando sólo sus propios recursos. Los desastres medioambientales causados por la industria petrolera en Ecuador y en Nigeria no surgen de la demanda energética de esos países, sino de la demanda de las naciones ricas. La deforestación e Indonesia surge de la demanda de aceite de palma de los países ricos. Y la deforestación del Amazonas en Brasil, está causada por nuestra hambre por madera y por carne.
La calculadora de carbón de el periódico británico The Guardian revela que un país como Gran Bretaña ha subestimado las consecuencias sobre el cambio climático de su propio consumo. El motivo es que los datos públicos no tienen en cuenta las emisiones que han tenido lugar fuera de su país, esos países que han emitido GEI al fabricar los bienes que posteriormente se compran en Gran Bretaña. Según un estudio científico, GB importa bienes que equivalen a 253 millones de toneladas de CO2. Si se tienen en cuenta estas emisiones desde 1990, veremos, que no se han reducido emisiones, sino todo lo contrario: se han incrementado.
Así que vale la pena examinar el Proyecto de la Montaña Negra, cuyas ideas se están extendiendo rápidamente entre el movimiento ecologista. Mantienen que "el capitalismo ha absorbido la ideología ecologista". Y que ahora los ecologistas intentan mantener la civilización en el grado de desarrollo tecnológico que a la gente de los países ricos les parece adecuado para ellos. Insisten en que los verdes buscan simplemente reemplazar las tecnologías sucias por otras nuevas, como la eólica, que también supone una amenaza para el medio ambiente. Los ecologistas así, habrían reducido el problema a un reto tecológico. Habrían olvidado que se supone que deben defender la biosfera. En lugar de eso, intentan salvar la civilización industrial.
Pero intentar salvar la civilización carece de sentido, según Paul Kingsnorth, un cofundador del movimiento de la Montaña Negra. Mantiene que esta civilización se basa en el crecimiento continuado, que nadie puede pararla, y que lo que va a ocurrir es que se va a autodestruir. Así que, en lugar de intentar reducir el impacto de la civilización, "deberíamos empezar a pensar cómo vamos a vivir en la era postindustrial, y que podemos aprender de su caída."
Tengo que reconocer que tiene una razón parcial, porque hemos perdido algo del espíritu inicial por el camino; nos hemos olvidado del amor por la Naturaleza. Pero tampoco podemos aceptar todo lo que predica. John Michael Greer, perteneciente al movimiento, propone que el crudo ha alcanzadoya su pico de producción en 2005, que el gas lo alcanzará en 2030 y que el carbón hará lo suyo en 2040.
Estoy preparado para creer que el suministro de petróleo declinará en poco tiempo, pero lo del carbón no me lo creo. Hay nuevas tecnologías para la extracción de carbón que podrá multiplicar por 70 las reservas de este combustible sólo en Gran Bretaña.
Como todas las culturas, la civilización industrial también tendrá un fín en algún momento. El agotamiento de los combustibles fósiles y el cambio climático son causas posibles. Pero no creo que ocurra pronto. No en este siglo, quizás ni siquiera en el siguiente. Quedarnos sentados esperando a ver cómo se destruye nuestra civlización, como preconiza el Movimiento de la Montaña Negra, me parece colaborar en la destrucción de todo lo que se supone que los ecologistas valoran.
Tampoco acepto su ataque indiscriminado hacia las tecnologías industriales. Hay un mundo de diferencia entre el impacto de los parques eólicos y el impacto de las minas o la extracción del petróleo. Los molinos pueden quedar feos, pero no tienen ni punto de comparación con lo que puede pasar durante la extracción o transporte del petróleo, como estamos viendo ahora mismo en el Golfo de México. YDebemos aceptar los beneficios que ha traido la industrialización (salud, nutrición, educación, limpieza...), renunciando a la vez al crecimiento continuo. Podemos aceptar la ingenieria rechazando muchos de los usos a los que nos conduce. Podemos defender la sanidad para todos a la vez que atacamos el consumismo absurdo. Este acercamiento puede ser aburrido y poco romántico, pero desde luego es la alternativa menos fea de todas.
Por estos motivos, vale la pena mantener el debate que propone el Proyecto de la Montaña Negra, que es el motivo por el que iré a su Festival durante este mes. No hay respuestas fáciles para salir del lío en el que estamos metidos. Pero tampoco hay silencios sencillos.
Fuente: The Guardian