Jose Manuel Velasco, presidente de Forética -ONG referida a la responsabilidad empresarial-, analiza en este artículo la situación internacional del sector de la energía.
El sector energético, y muy especialmente el mercado eléctrico nacional, ha estadosometido en los últimos meses a tensiones ajenas a su misión esencial: generar, trasportar y distribuir un producto básico para el bienestar y el desarrollo económico.
La energía eléctrica es el eslabón final de una cadena que comienza cuando el propio cliente enciende una luz. Esa decisión de consumo activa una ingente y complejísima maquinaria industrial, logística y económica que en la mayoría de las ocasiones trasciende las fronteras nacionales y llega hasta el mismo pie de pozos de carbón, petróleo o gas. De hecho, el origen inicial de la electricidad es la energía primaria, de la que España depende en un 80% del exterior, mientras que en el caso de Europa las importaciones de combustibles representan el 70% de las necesidades energéticas de los países.
A las tensiones del lado de la oferta se han sumado presiones por pate de la demanda, en fase de crecimiento acelerado como consecuencia del desarrollo de las economías emergentes de Asia. A menudo se olvida que entre China e India suman un tercio de la población mundial, ávida de acercarse a los parámetros de consumo de Occidente.
Ese anhelo se sobrepone a las preocupaciones medioambientales, cuyo déficit de atención se traduce en una mayor responsabilidad y exigencia para los países desarrollados. Europa sigue liderando el proceso de reducción de los gases de efecto invernadero, pese al desprecio mostrado hacia Kioto por algunos de los países más productores de CO2 y el consiguiente riesgo para las economías europeas.
Frente a la magnitud de estos retos, las empresas energéticas europeas tienen ante sí la enorme responsabilidad de comportarse con altura demiras, de tal suerte que el liderazgo de la vieja Europa se convierta en el adalid de la visión de un 'nuevo mundo' tan imprescindible como ineludible. Al fín y al cabo, se trata de aplicar una gestión ética a los recursos, las ideas y las personas.
Las empresas actúan como intermediarias entre esa feurza natural y las necesidades del consumidor. Su intermediación debe producirse con las menores alteraciones posibles para el medio ambiente y con una perspectiva de futuro marcada por la sostenibilidad de la ecuación entre producción y consumo.
La clave es la eficiencia en el uso de los recursos energéticos, cuyas reservas deben ser consideradas como finitas. La confianza en la capacidad tecnológica no debe solapar la convicción de que es necesario un ingente esfuerzo de investigación para descubrir y desarrollar nuevas fuentes de energía.
Ideas que no sólo encuentran su expresión en la tecnología, sino también en la alimentación de un nuevo discurso social que acerque la sensibilidad de productores y consumidores. La energía requiere modelos de gestión comprometidos con las personas, con su diversidad, con su pluralidad y sus expectativas.
Fuente: Cinco Días, 21 de julio de 2006