Debemos convenir de entrada que el modelo energético ideal será aquel que, en mayor grado posible, garantice un suministro seguro, no dependa del exterior, sea accesibla al mayor número de personas, respete el medio ambiente, se base en recursos ampliamente disponibles, sea económicamente eficiente y pueda adaptarse a diferentes entornos socioeconómicos.
Es evidente que el modelo descrito no se corresponde con el actual, basado en más de un 80% en los combustibles fósiles -carbón, petróleo y gas-. Estas fuentes energéticas, en especial las dos primeras, presentan claros inconvenientes: el primero, que su combustión está modificando el clima del planeta con consecuencias que se presumen graves.
Pero no es sólo el medio ambiente el que está en juego. La actual crisis del petróleo es más preocupante que las dos anteriores porque se basa en una deficiencia estructural: la incapacidad del sistema para atender la demanda creciente, espoleada por el crecimiento económico de países como China e India. Una demanda que se prevé crezca un 60% en apenas 25 años, con una oferta cada vez más concentrada en países inestables políticamente.
La energía nuclear no emite CO2, pero tampoco pare una opción que vaya a marcar el futuro modelo energético, al menos en el estadio actual de su tecnología. La no resuelta cuestión de los residuos de alta actividad, el riesgo de accidente incrementado por la amenaza del terrorismo internacional, la vinculación entre el uso pacífico y bélico de la tecnología nuclear, sus elevados costes de inversión y desmantelamiento y la contestación popular lastran dicha opción.
Ésas y otras razones explican que ni en EE UU, ni en Canadá, ni en ningún país de la UE, con excepción de Finlandia, se esté construyendo actualmente una central nuclear, y que éstas sean promovidas por empresas públicas, mientras la iniciativa privatalmente a su uso para el transporte.
¿Qué hacer entonces? Lejos de caer en el catastrofismo, la crisis energética constituye a mi juicio una magnífica oportunidad para acelerar la transición hacia un nuevo modelo energético basado fundamentalmente en las energias renovables, que se adecuan mucho mejor a las condiciones de disponibilidad, ubicuidad, descentralización, integración ambiental y adaptabilidad propias de un modelo sostenible. Unas energías que resultan y a menudo competitvas en el actual escenario y que lo serán más por su enorme recorrido en economías de escala e innovación tecnológica.
España -que padece una deendencia energética cercana al 80% -está bien posicionada en ese escenario. Es el segundo del mundo en implantación eólica, cuenta con recursos renovables, un tejido empresarial con compañías punteras a nivel mundial y un marco regulatorio que aporta confianza al inversor.
Navarra, por su parte, es referencia internacional en el aprovechamiento de las renovalbes, con las que produce casi un 70% de su consumo eléctrico y dispone de un sector industrial asociado que exporta tecnología, con profesionales de muy elevada cualificación.
Creo, por tanto, que concentrar esfuerzos económicos, tecnológicos y políticos en desarrollar las renovables es la mejor manera de favorecer la transición hacia un modelo energético sostenible y de convertir la crisis del petróleo en una oportunidad histórica, sin que sea necesario replantear una opción -la nuclear- con graves inconvenientes hasta ahora no resueltos, y sin posibilidades de constituir una alternativa real.
Si lo hacemos así, creo que nuestros hijos y nietos podrán sentir un legítimo orgullo de la generación de sus antecesores, que abordó con valentía e imaginación la decisión de cambiar el rumbo del modelo energético, y que les dio la oportunidad de conocer, gestionar y conservar el medio natural en parecidas condiciones a las que nosotros tuvimos.
Fuente: Femín Gembero, Diario de Navarra, 28 de Julio de 2006